Las conversaciones para poder realizar la unión de las comisiones se les encargaron a varios componentes de cada una de las comisiones y se realizaron en lugares neutros para así garantizar y mantener el respeto entre comisiones y el «juego limpio». Tras varias reuniones, se comenzaron a concretar detalles de lo que sería un preacuerdo de unión, entre los que se pretendía reconocer la trayectoria que ambas comisiones habían tenido en su historia, así como su nombre, cuál sería la sede social de la nueva comisión, nueva demarcación conjunta, continuidad de los nombres de las comisiones, lugar donde se plantarían las fallas, directiva de la nueva comisión… además de muchos otros puntos. Hacia el año 1997, parecía que todo iba a resolverse de la mejor manera posible, pero al trasladar los acuerdos a las respectivas comisiones por parte de las personas encargadas de cada una de las comisiones, los falleros no accedían a algunas de las cuestiones acordadas por parte de los falleros encargados en mantener las relaciones entre las fallas por lo que se continuaría negociando (es muy complicado satisfacer en todo a todas las partes).